Desafíos y maravillas en el cosmos: la saturación satelital amenaza los nuevos descubrimientos astronómicos
El dilema del progreso en la órbita terrestre baja
En la era moderna, el espacio se ha convertido en un escenario de contradicciones. Por un lado, el incremento exponencial en el número de satélites ubicados en la órbita terrestre baja ha traído avances indiscutibles en telecomunicaciones, facilitando el acceso a banda ancha en zonas rurales y remotas alrededor del mundo. Sin embargo, este desarrollo tecnológico ha desatado un aumento drástico en la contaminación lumínica espacial, poniendo en jaque el trabajo crítico que realizan los observatorios astronómicos orbitales. Un nuevo estudio liderado por la NASA, centrado en cuatro telescopios espaciales —dos operativos y dos en planificación—, estima que un alto porcentaje de las imágenes que se obtengan en la próxima década podrían verse afectadas por la luz emitida o reflejada por los satélites que comparten su órbita.
El riesgo de perder la nitidez del universo
Los investigadores calcularon que alrededor del 40% de las imágenes tomadas por el Telescopio Espacial Hubble de la NASA y aproximadamente el 96% de las capturadas por el observatorio SPHEREx podrían estar contaminadas. Las proyecciones son igualmente alarmantes para futuros proyectos: se estima que el 96% de las imágenes del observatorio ARRAKIHS, planeado por la Agencia Espacial Europea, y del telescopio Xuntian de China, sufrirían afectaciones similares. Aunque el Hubble se vería menos impactado debido a su campo de visión más estrecho, la amenaza es latente. Hasta hace poco, se pensaba que los telescopios espaciales, situados en puntos de vista aparentemente prístinos y libres de interferencia atmosférica, estaban a salvo de la contaminación lumínica humana, un problema que tradicionalmente afectaba solo a los observatorios terrestres.
Lo que está en juego: descubrimientos como el “filamento giratorio”
La urgencia de proteger estos “ojos en el cielo” se hace evidente cuando consideramos la magnitud de los hallazgos recientes que podrían perderse entre el ruido visual. Justamente, un equipo internacional liderado por la Universidad de Oxford ha identificado una de las estructuras giratorias más grandes jamás reportadas: una cadena de galaxias “fina como una navaja” incrustada en un filamento cósmico gigante que gira a 140 millones de años luz de distancia. Estos filamentos cósmicos son las estructuras más grandes conocidas en el universo, vastas formaciones de galaxias y materia oscura que actúan como andamios cósmicos y autopistas por donde fluyen la materia y el momento hacia las galaxias.
Una danza cósmica a millones de años luz
En este estudio reciente, publicado en Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, los investigadores hallaron 14 galaxias cercanas ricas en hidrógeno, organizadas en una línea delgada y extendida de unos 5.5 millones de años luz de longitud. Lo notable es que muchas de estas galaxias parecen girar en la misma dirección que el propio filamento, desafiando los modelos actuales. La doctora Lyla Jung, coautora principal del estudio, comparó este fenómeno con la atracción de las tazas giratorias en un parque de diversiones: cada galaxia es como una taza que gira, pero la plataforma entera —el filamento cósmico— también está rotando. Este doble movimiento ofrece una visión inusual sobre cómo las galaxias adquieren su giro de las estructuras mayores en las que habitan.
La saturación del cielo y el “photobombing” satelital
Sin embargo, captar estas señales tenues del cosmos es cada vez más difícil. Alejandro Borlaff, astrónomo del Centro de Investigación Ames de la NASA en California y autor principal del estudio sobre contaminación lumínica publicado en Nature, advierte que mientras los telescopios intentan desvelar galaxias distantes y planetas, los satélites cruzan frente a sus cámaras. Dejan trazos brillantes de luz que borran las señales débiles provenientes del espacio profundo. Para ponerlo en perspectiva, en 2019 había aproximadamente 2,000 satélites en órbita terrestre baja; hoy la cifra ronda los 15,000. Borlaff señala que las propuestas de la industria prevén unos 560,000 satélites en la próxima década, habiéndose lanzado más unidades entre 2021 y 2025 que en las siete décadas anteriores de vuelos espaciales combinadas.
El futuro de la observación bajo amenaza
El equipo de investigación utilizó datos de operadores como Starlink de SpaceX, Guowang de China y Amazon para simular las capas orbitales y contar cuántas veces los satélites se cruzarían —o harían un “photobomb”— en las observaciones. El problema no es solo visual; los satélites reflejan directamente la luz del sol con sus paneles solares, pero también reflejan la luz de la luna y la Tierra. Además, emiten radiación infrarroja generada por el calor de sus componentes y reflejan ondas de radio. Dado que hallazgos como el del filamento giratorio dependen de detectar hidrógeno atómico y movimientos sutiles, la “contaminación” de imágenes podría obstaculizar nuestra comprensión de cómo se formó el universo temprano, afectando misiones futuras como la Euclid de la Agencia Espacial Europea o el Observatorio Vera C. Rubin en Chile.




